viernes, 20 de marzo de 2009

Aquí... allí...

Tus calles me parecen tan grises… me generan tanta tristeza, no encuentro entre ellas recuerdos de la infancia, no encuentro luces, no hay aromas que me atrapen, no hay nada… ni siquiera nostalgia…, pero en medio del triste paisaje apareces tú y me atrapas, y llenas mis días de luz, de olor, de esperanza…

jueves, 26 de febrero de 2009

Un final más...

-Sí, sí quiero, claro que quiero.
-Vaya, esa frase sería un buen comienzo para una de tus historias –dijo Carlos en un tono que superaba la ironía-.
-Sí, lo sería si se tratase de una frase sacada del final de un principio, como puede ser una boda, pero aquí estamos ante el principio de un final, nuestro divorcio –le contestó Alba en un tono que dejaba en ridículo al sarcasmo-, y en mis “historias” no me gusta empezar por el final.
-¡Ah!, ¿pero alguna ha llegado al final?, pensaba que todo lo que empezabas lo dejabas sin terminar, como de costumbre.
-Como de costumbre ya estamos discutiendo, y siento decirte que, una vez más, te equivocas, o es que te parece poco contundente como final la demanda de divorcio que te he presentado. Alba miró con tanto rencor a su todavía marido que se preguntó si alguna vez lo había querido, y lo que más le dolía era saber la respuesta, nunca un monosílabo le había hecho tanto daño, sí, claro que sí lo había querido, más que a ella misma.
-Alba, ¿qué nos pasó?, ¿qué nos ha quedado después de tantos años?
-Lo único que nos ha quedado es un montón de cajas por repartir y mantener la poca dignidad que nos queda, ya nos hemos faltado suficientemente al respeto, ¿no crees?
-¿No te da pena que hayamos llegado hasta aquí?
-¿A qué te refieres?, ¿al adiós?, no, el adiós no me da pena, lo que me da pena es que no hayamos sido capaces de evitarlo, pero el adiós no, total, a olvidar todo el mundo aprende, supongo, dentro de un par de meses ya no quedarán ni las marcas de la alianza.
-¿Y las del corazón?
-No te me pongas romántico a estas alturas de la película, que ese papel no va contigo.
-Deja ya de atacarme, que en esta guerra los dos hemos perdido.
-¿Guerra?, una buena forma de definir nuestro matrimonio, pero no, ni hemos perdido ni hemos ganado, simplemente, hemos abandonado; era imposible continuar en ese campo de batalla diario sin salir más dañados de lo que ya estamos.
-¿Y si nos estamos equivocando?, ¿si no hemos luchado lo suficiente?, ¿si aún tenemos tiempo?
-Tiempo para qué, Carlos, para hacernos más daño, para reprocharnos más errores que ni siquiera recordamos haber cometido, no, no estoy dispuesta a sufrir más, y tú tampoco deberías estarlo.
-Pero... –Carlos tenía clavada la mirada en los ojos de Alba, las palabras nunca habían sido su fuerte, pero ahora se le resistían como nunca antes lo habían hecho, qué decir: te quiero, te necesito, tengo miedo a estar solo...; no, las palabras no salieron, como de costumbre la gramática le hacía una mala jugada, nunca acertaba con las frases que escogía (aunque con una mujer eso siempre es difícil), para ser más precisos, siempre decía lo contrario de lo que tenía que decir (de lo que Alba quería oír). Y ahí estaba él, en mitad de la habitación, tan lejos de sus sueños como de la mirada de Alba, pero no, esta vez no se traicionaría a sí mismo, no iba a dejar que el miedo le ganase la partida, era hora de volver a empezar, de empezar cada uno por su lado.-
Alba se dio cuenta de que había llegado el momento, cogió su bolso y se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir no pudo evitar volverse para mirar a Carlos, que seguía allí, de pie, inmóvil: quién sabe -dijo Alba con un ligero temblor en la voz-, quizás tenías razón y “sí quiero” sea una buena frase, cosas más raras se han visto, ¿no?
-No nos equivoquemos Alba, quizás sea una buena frase, pero para un relato de ficción, no para nosotros.
Alba asintió con la mirada, su cabeza (no su corazón) agradeció las palabras de Carlos (jamás tan acertadas –ni dolorosas- como en ese momento) y continuó su camino de regreso (mejor dicho, de partida).

lunes, 23 de febrero de 2009

La locura

Supongo que no soy la única persona que “alguna” vez se ha preguntado si su cabeza está bien amueblada (no es que me interesen las últimas tendencias decorativas, es que tengo serias dudas sobre el funcionamiento de mis neuronas), pero me temo que cuando una se lo plantea saliendo del psicólogo la cosa empieza a ser más preocupante. El problema es que llevo toda mi vida preguntándomelo absolutamente todo sobre mí, analizándome minuciosamente, y a la única conclusión a la que he llegado es que no me entiendo (o que no hay quien me entienda –no hay ningún Sancho Panza que me acompañe-, ni siquiera el psicólogo lo ha logrado, y eso que a él le pago). Yo intento tomarme las cosas con calma (también con tilas y valerianas, todo hay que decirlo), me digo que todos somos distintos (ahí todos de acuerdo, sólo tengo que ver una foto de Jennifer López) y que, simplemente, soy una persona más, pero justo ahí está el problema, y es que yo no quiero ser una más (tampoco una menos, no tengo ningún interés en morirme; neurótica vale, pero estúpida no). Pero el verdadero, y mayor, problema de la locura es que cuando estás tan acostumbrada a ella comienzas a plantearte las cosas al revés, e irremediablemente surge la pregunta: “¿seré yo la loca o serán ellos? ( entendiéndose por “ellos” el resto del mundo). Y es que, por mucho que lo intente remediar, no puedo evitar darme la razón (sé que suena pedante, pero es verdad –no ven como no lo puedo evitar-), cuando me dicen que tengo mala leche, yo, realmente, no lo veo así, lo que creo es que no entro dentro de la hipocresía colectiva; cuando me acusan de ser fría o arisca me defiendo diciendo que yo no comulgo con la falsedad, y así con todo; es obvio que no me entienden, pero yo tampoco los entiendo a ellos, así que si yo soy la loca y no ellos es, únicamente, porque la mayoría siempre sale ganando (que no quiere decir que tengan la razón, ni mucho menos, más bien creo que entre tanto bulto la razón acaba por perderse). Ante esta encrucijada sólo veo una salida posible, y es la creación de una itv para revisar y valorar justamente a los cerebros, y no me refiero a las cabezas de todo ese ganado obediente y numeroso que no superaría ninguna revisión (claro está, que no estuviese manipulada), sino para valorar a los genios como yo (por cierto, creo que antes se me olvidó añadir, entre mis características mal entendidas, mi pasión por la ironía).